En Cuvel Adicciones, cada semana acompañamos a personas que luchan por salir del pozo en el que cayeron sin apenas darse cuenta. Personas que un día acudieron al médico buscando dormir mejor, calmar la ansiedad o «poder con todo» y terminaron dependiendo de una pastilla para funcionar. Este artículo recoge algunas de esas experiencias reales, con sus altibajos, retrocesos y momentos de esperanza, que tantas veces escuchamos en nuestras terapias y que merecen ser contadas.
“Empecé con una pastilla para dormir”: la experiencia de Laura y cómo dejó las benzodiacepinas
Lo que iba a ser “solo un mes” se convirtió en una costumbre silenciosa. A las pocas semanas, Laura volvió a consulta. “Sigo sin dormir igual”, le dijo a su médica. Ella no dudó: aumentó la dosis, esta vez con una pauta más marcada: una pastilla por la noche, otra si lo necesitaba al despertar. “No te preocupes, es algo leve”, le dijeron. Y Laura quiso creerlo.
El problema es que su vida no se había detenido: seguía lidiando con el duelo por su madre, una hija adolescente con la que discutía constantemente, y un trabajo al que se reincorporó sintiéndose desbordada y culpable por no rendir como antes. Lo que empezó como insomnio pronto derivó en ansiedad diurna. Empezó a tener palpitaciones antes de salir de casa, dificultad para concentrarse, ataques de llanto en el coche. Cuando lo comentó en la siguiente revisión, le añadieron otro comprimido por la mañana.
Con los meses, los “días duros” se hicieron más frecuentes. Cada vez que tenía una entrevista importante, una reunión familiar, una visita médica o cualquier situación mínimamente estresante, recurría a otra pastilla “por si acaso”. Así pasaron los primeros seis meses. Luego uno. Luego dos años.
Nunca hubo un aviso. Nadie le habló de tolerancia ni de dependencia. Las recetas se renovaban automáticamente en su centro de salud. La pauta se volvió difusa. Ya no recordaba si debía tomar una entera, media o dos. Lo único claro era que sin ellas no podía funcionar. No dormía. No pensaba. No paraba la ansiedad.
Laura no se reconocía. Había perdido la espontaneidad. Evitaba los viajes por miedo a no llevar suficientes pastillas. Evitaba salir si no sabía cuánto tiempo iba a estar fuera. Empezó a vivir con miedo al miedo.
Y cada vez que pensaba en dejarlo, el cuerpo la traicionaba: insomnio brutal, taquicardias, temblores, ataques de pánico que la dejaban paralizada. Así que se rendía. “No puedo estar sin ellas”, se decía. Y volvía a empezar.
Hasta que un día, en una conversación con una amiga, algo cambió. Le confesó todo. Esperaba sentirse avergonzada, pero su amiga simplemente le dijo: “Eso que describes… suena a dependencia”. Y entonces lo vio claro.
¿Cómo se engancha alguien sin darse cuenta?
Las benzodiacepinas (como el lorazepam, diazepam o alprazolam) se recetan a menudo para tratar ansiedad, insomnio, ataques de pánico o duelos emocionales. Son efectivas… a corto plazo. Pero el cuerpo genera tolerancia rápidamente. Lo que al principio funcionaba con media pastilla, en poco tiempo ya no sirve. Y lo peor: intentar dejarlas “porque te encuentras mejor” puede provocar un síndrome de abstinencia muy desagradable, que muchas personas confunden con una recaída en su problema original.
Eso le pasó a Laura. Cuando decidió reducir por su cuenta, empezó a temblar, a no dormir nada, a tener palpitaciones y ataques de llanto. Pensó: “Estoy peor que antes”. Y volvió a tomarlas.
El día que dijo basta
Laura no sabía cuándo había cruzado la línea. Solo sabía que cada vez necesitaba más pastillas para sentir menos. Dormir, calmarse, desconectar… todo pasaba por una dosis. Pero nada la preparó para el momento en que miró su receta renovada y sintió miedo. Miedo de no poder parar.
Buscando respuestas, encontró un artículo sobre dependencia a las benzodiacepinas. Por primera vez, alguien describía lo que ella sentía sin juzgarla. Y eso la llevó a escribirnos. “Recuerdo que cuando llamé a Cuvel Adicciones, tenía la voz temblorosa. Pero al otro lado no hubo reproches. Me escucharon. Me explicaron que lo que me pasaba tenía sentido. Que no estaba sola. Y que había salida”.
Empezó entonces su proceso de deshabituación, con acompañamiento médico y psicológico, adaptado a su caso. No fue un camino recto. Las primeras semanas fueron una montaña rusa: insomnio, crisis de llanto, noches enteras de ansiedad. “Me despertaba empapada, como si mi cuerpo intentara sacar todo lo que llevaba dentro”.
Día a día: lo que no te cuentan
No todo fue un avance constante. Algunos días Laura celebraba pequeños logros, como dormir sin medicación o manejar una situación difícil sin recurrir a nada, y otros se sentía derrumbada. Pero cada caída era parte del proceso. Y esta vez, tenía herramientas.
En Cuvel trabajó su ansiedad con terapia cognitivo-conductual, aprendió técnicas de respiración que usaba cuando sentía que no podía más, y reconstruyó rutinas básicas como dormir, comer o simplemente parar sin miedo. También abordó el origen emocional de su consumo, algo que nunca antes había podido hacer: la muerte de su madre, el silencio en el que creció, la presión de “estar bien” siempre.
“Aprendí que no soy una enferma. Soy una persona que estaba sobreviviendo como podía. Y ahora estoy aprendiendo a vivir”, dice Laura.
¿Y ahora?
Hoy Laura lleva 11 meses sin benzodiacepinas. Algunas noches sigue costándole dormir, pero ha aprendido a confiar en su cuerpo. Ya no necesita una pastilla para desconectar del mundo, porque ha aprendido a estar en él sin anestesiarse. Su historia no es perfecta. Pero es real. Y es suya.
Cada proceso es único, y merece un acompañamiento a medida
No hay una sola forma de vivir una dependencia. Algunas personas se dan cuenta tras meses, otras tras años. Algunas necesitan reducir poco a poco, otras cortar de raíz. Lo que está claro es que no existe un manual universal ni soluciones rápidas, y que cada historia, como la de Laura, tiene sus matices, su ritmo, su dolor… y su salida.
Por eso es tan importante no tomar decisiones a ciegas o en soledad. Dejar las benzodiacepinas sin supervisión médica puede ser peligroso. Y hacerlo sin comprender lo que hay detrás del consumo, suele ser solo un parche temporal. Lo verdaderamente transformador es contar con una red: un equipo profesional que te entienda, te guíe y camine contigo.
En Cuvel Adicciones, eso es lo que hacemos. Adaptar el tratamiento a cada persona. Ir más allá de la pastilla y acompañar de verdad, con una mirada profesional pero profundamente humana. Porque dejar una dependencia no es solo dejar de tomar algo: es empezar a vivir de otra manera. Y no tienes por qué hacerlo solo. Si quieres saber más, lee sobre nuestro tratamiento para dejar las benzodiacepinas.